domingo, 7 de abril de 2013

Burj Hamud, la ciudad armenia del Líbano



Atravesando el Río Muerto con su cauce seco -menos que un aprendiz de río de Beirut- la localidad de Burj Hmud es el centro de población armenia más numerosa del Líbano. Con sus calles estrechas, tiradas a cordel, de edificaciones baratas, con sus iglesias de cónicas cúpulas en recuerdo del monte Ararat, con sus tiendas y comercios, sorprende por la profusión de sus rótulos en armenio. En Burj Hamud viven alrededor de cincuenta mil armenios descendientes de los refugiados que abandonaron Turquía tras el genocidio de la Primera Guerra Mundial entre 1915 y 1918. También se establecieron en Anjar cerca de la frontera siria cabe a las ruinas de unos palacios de los Omeyas.


Doscientos cincuenta mil armenios conviven en Beirut, en Zahle, en Bikfaya con la población árabe. En Antelias, al norte de esta capital, hay el amplio recinto de la sede del Católicos o Patriarca de Cilicia, con su basílica y su museo, jefe espiritual de los armenios del Líbano, Siria, Irán, Chipre, con sus otras provincias diocesanas de los EE.UU. En la república Armenia que había formado parte de la Unión Soviética hay otro Católicos en Etchimiadzine. Fué en el año 301 de nuestra era cuando el rey Tridates III se convirtió al cristianismo antes del Negus de Etiopía y del rey Teodoro de Constantinopla.

Esta comunbidad, una de las dieciocho reconocidas en El Líbano, conserva celosamente su lengua, su religión -además de la iglesia ortodoxa, hay las iglesias católica y evangélica- su antigua cultura. Mantiene sus propias escuelas-Haigazian -es el nombre de su universidad-, sus centros culturales, sus diarios y revistas. El “Tacnag” es el partido político más influyente entre los armenios libaneses.

Al proclamarse en 1943 la independencia de esta república, obtuvieron inmediatamente su nacionalidad porque reforzaban la población cristiana ante las comunidades musulmanas locales suní y chií. De acuerdo con el sistema del estado confesional en vigor, cuentan con sus diputados en el parlamento y sus ministros en el gobierno. Siempre han apoyado a los partidos nacionalistas de la derecha cristiana como el Kataeb, las Fuerzas libanesas y ahora al general Michel Aoun, tratando al mismo tiempo de no enfrentarse con las organizaciones musulmanas. En un esforzado equilibrio mantienen su integración con El Líbano y su propia identidad. “El Líbano no es sólo un país del Oriente Medio -ha declarado su patriarca Aram I- sino un mensaje vivo, como dijo el Papa Juan Pablo II, en el que los armenios participamos”.

Callejeando por Burj Hamud llama la atención el orden y la limpieza pública. Un gran número de asociaciones benéficas civiles, vinculadas a los partidos políticos financian clínicas, dispensarios, escuelas, ayudan a las personas menesterosas. La comunidad hace gala de su espíritu de solidaridad pero a penas hay matrimonios mixtos con los árabes. La pronunciación, por cierto de la lengua árabe, su manejo, descubre, a menudo, a los aremenios que no la dominan completamente y siguen expresándose, sobre todo, en su lengua original.

En Burj Hamud como en otras localidades hay muchos joyeros, sastres, industriales y comerciantes armenios, aunque los armenios destacan, también, en el arte, en la pintura, en la música. Joseph Iskanian, por ejemplo, profesor del Conservatorio de Música de Beirut, es autor de un método para estudiar la guitarra española. Hace años empezó a dar conciertos por el mundo. Los armenios han sabido evitar quedar encerrados en un gueto

“Es un Rodolfo Walsh armenio”




La entrevista ofrecida a Página/12 acaba de terminar cuando Osvaldo Bayer deja caer una invitación que parece haber contenido media hora: “¿Toman un whiskicito?”, desliza. Al instante, reaparece triunfal con una botella del escocés de la sigla J&B. Con dos medidas encima, distiende las formalidades del encuentro a propósito del estreno de Hrant Dink, el alegato de la paloma, la obra que, con Daniel Ritto como protagonista, presentará cada sábado, hasta el 25 de mayo, a las 20.15 en el Centro Cultural de la Cooperación (Corrientes 1543).

El unipersonal, escrito, dirigido e interpretado por Ritto, recupera el caso del periodista armenio Hrant Dink, asesinado hace seis años por un joven de 17 años, en la puerta del diario Agós, la única publicación bilingüe en Turquía (en turco y armenio), de la que Dink era redactor. Las cuatro balas gatilladas desde el arma del adolescente cargan, según denuncia el pueblo armenio, una herencia de impunidad instaurada desde 1915, cuando los gobernantes del Imperio Otomano deportaron por la fuerza y exterminaron a cerca de dos millones de armenios, apropiándose de sus tierras y anticipando lo que sería un siglo de colosales matanzas en nombre de ideologías, fe y diferencias étnicas.

A Dink, sostienen los realizadores, le calza al pelo el sayo de “militante”. Y lo fue al menos en lo que a la causa armenia respecta: abogó por los derechos humanos, la memoria y la libertad de expresión. Sus denuncias se convirtieron en la sal que carcomió las llagas de la intolerancia turca. Por eso, lo asesinaron. Y por eso, Bayer y Ritto definen a su alegato como “un canto a la libertad de expresión”. Canto que en la Argentina entonó Rodolfo Walsh. Por encima de las diferencias contextuales y culturales entre esos periodistas, el actor y el historiador emparejan sus coincidencias.

–Dink y Walsh lucharon por los derechos humanos y son reconocidos por su compromiso político. ¿Fue buscado el paralelismo?

Osvaldo Bayer: –La de Dink es la muerte del Rodolfo Walsh armenio, porque es exactamente la misma figura. Un hombre que siguió luchando por los derechos humanos de su pueblo y que por eso perdió la vida. Por eso debemos hacerlo conocer.

Daniel Ritto: –Este hombre tiene una historia parecida a la de Rodolfo Walsh. Un tipo que luchaba por los derechos humanos, que denunció el genocidio perpetrado por el Estado turco al pueblo armenio, que lleva una lucha universal por los derechos del hombre y la dignidad. Asesinar, como asesinaron a treinta mil personas en nuestro país, o a un millón y medio de armenios es algo inexplicable. La humanidad es muy misteriosa y compleja. El acto de asesinar a alguien, de privarlo de su libertad, de torturarlo es impensado.

–El genocidio armenio es una de las matanzas más cruentas del siglo XX. Sin embargo, son pocos los países que lo reconocen como tal. ¿A qué apuestan con esta interpretación?

D. R.: –Turquía es un Estado negacionista, fascista. Sólo tres países reconocieron el genocidio armenio por ley nacional: Argentina, Uruguay y Francia; debería ocurrir en todo el mundo. Detrás de estas matanzas se esconden cuestiones económicas. Los turcos se quedaron con el territorio de los armenios y sus bienes personales. No reconocen el genocidio porque no quieren devolver esos territorios.

O. B.: –Hacemos esta obra para seguir aprendiendo. Después de haber pasado por una dictadura que favoreció a todo un sistema económico contrario a los intereses del pueblo –por la desaparición de personas, el robo de niños y de conocer cómo arrojaron al mar prisioneros vivos desde aviones–, debemos seguir preguntándonos qué nos pasó. Es un paso más para aprender y para que nunca más permitamos una dictadura militar en la Argentina. En ese sentido, el caso de Dink es paradigmático. Se trata de alguien que luchaba por guardar y aclarar la memoria, y porque el gobierno turco hiciese la autocrítica que nunca se hizo. Un hecho así merece estar en todos los escenarios del mundo.

–¿Qué representa el crimen de este periodista casi 90 años después de esa matanza al pueblo armenio?

O. B.: –La infamia, la cobardía, el ejercicio de poder omnímodo. Evidentemente, ese asesinato fue con ayuda del gobierno turco o de ciertos sectores, a sabiendas de que no iba a pasar nada, de que no habría venganza o una verdadera justicia. Se sacaron a un opositor de encima. Un hecho que en este país también ocurrió, que es parte de nuestra historia. Lo peor es la negativa del gobierno turco de reconocer el genocidio, cuando se lo exigen muchos países para que pueda ingresar a la Comunidad Europea. Así y todo, no lo hace. Como si ese millón y medio de personas no hubiera existido. Los relatos de los periodistas de aquel tiempo describen todo ese horror: cómo se mataba a hombres, mujeres y niños, cara contra cara, y el pueblo armenio sin poder defenderse.

Fue Eduardo Kozanlian, productor ejecutivo y asesor histórico de Hrant Dink..., el que acercó a Bayer y Ritto las inquietudes de un grupo de jóvenes de la comunidad armenia (a la que Kozanlian pertenece) que buscaban dar visibilidad al caso por la vía artística. En tren de soslayar el negacionismo con el que hasta el momento se esquiva el reconocimiento mundial de la matanza que arrasó al país caucásico, la obra encarna en la figura de Dink un homenaje a esos que quedaron en la historia como héroes; no los de capa y espada, sino los que se yerguen, con la tinta y el papel, ante las injusticias de su época.

–¿Qué elementos de la historia original sobreviven en el escenario?

D. R.: –La obra es un alegato poético sobre la vida de Hrant Dink. Si bien mantiene datos precisos sobre ciertas cuestiones históricas, también les doy lugar a escenas que parten de mi imaginación, licencias poéticas que se cuentan a partir de datos biográficos. Lo histórico está, pero me interesa mostrar los aspectos cotidianos de la vida de un personaje porque es allí donde aparecen los grandes momentos. Si no, un tipo como Dink parece inalcanzable. Más allá de todo, estaba casado, tenía una familia y, a la vez, una enorme convicción, coraje y valentía. Intento resaltar que todos podemos tener actos heroicos siendo comunes. Es lo que trato de mostrar en la teatralidad del espectáculo: un unipersonal es como escribir poesía, siempre es un alegato.

O. B.: –Buscamos rescatar los valores del coraje civil. Cuando toda la sociedad se esconde y se calla la boca, mientras espía detrás de la puerta, ese hombre sale a la calle y dice todo lo que hay que decir. En el caso argentino, el pueblo jamás salió a la calle cuando los militares se levantaron




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